De política, perros y otras pulgas

El mexicano es como un perro.

Pero especialmente en la política. Cuando a un perro no le gusta algo, este ladra dependiendo de su frustración... pero nunca hace nada, no por nada la sabiduría del refrán nos dice Perro que ladra no muerde.

Y ciertamente: El mexicano se  suele quejar de los mil y un problemas que aquejan a la existencia, al planeta, al país, a su colonia y a su casa... pero casi nunca hace algo para solucionarlos. Sólo está ladrando una y otra y otra vez, creyendo que con su escándalo logrará algo.

Puede que sí, puede que algún dueño político le tire uno que otro hueso con reminiscencias de deliciosa carne. Y con eso seguro le bastará un rato hasta que las tripas lo acojonen de nuevo y vuelva a ladrar, con la esperanza de un nuevo hueso paupérrimo con el cual llenar media muela. Glorioso.

Puede que no, y este es el caso de muchos perros nacionales. Se quejan incesantemente por [inserte redes sociales favoritas aquí], tratando de demostrarle a sus amigos caninos que son diferentes, que no aceptan que el sistema está mal y todo eso, manifestado en imágenes, párrafos y enlaces de meros ladridos. Mucho ruido y pocas nueces.

El perro domesticado tiene miedo de perder la miseria que ya posee. Una pseudo cómoda vida media, con uno que otro lujo y un par de viajes al año. ¿Cómodo? Seguro que sí, pero se merecen algo mejor de sus dueños. Sin embargo, sólo ladran, calladamente en medios donde se garantice su anonimato.

Hay unos pocos, eso sí, unos pocos perros que son más salvajes, que no están domesticados. Canis familiaris que parecen más lupus a mi parecer.

Aquellos que se levantan en jauría contra los que oprimen mientras sus lejanos primos observan atados a la cadena de la comodidad sirviéndose del plato de la comodidad efímera e inmediata. Está bien, no todos creen que pueden tener algo mejor y se conforman.

Pero bueno, dejaré mis aullidos por este momento...
Regreso a comer croquetas de fábrica y a caerle bien al amo.

Whoof-whoof~